Cuentan en Oaxaca que, en una noche de luna llena, apareció Santín con una botella en la mano y una sonrisa que desafiaba lo sagrado y lo profano.
Sabía hablar con los espíritus del mezcal y conocía los secretos del agave como nadie.
Ofreció un mezcal tan puro como la fe y ardiente como el deseo.
Al primer trago, un calor celestial recorrió los cuerpos.
Al segundo, la risa ligera los invadió.
Al tercero, comenzó la danza.
En ese instante, el pueblo olvidó la diferencia entre lo sagrado y lo prohibido, entre el pecado y la bendición.
Desde entonces, cada vez que se abre una botella de Santín, los espíritus del mezcal celebran y recuerdan que la verdadera magia no está en la abstinencia, sino en brindar por la vida con alegría y un toque de travesura.